viernes, 8 de octubre de 2010

ME QUEMO

Desconcertante. Aquel olor penetrante acompañaba hasta los sueños no soñados. Desde el primer día de mudanza, Javier intentó desprenderse del sutil aroma a humo que invadía toda la casa. ¿Pero cómo? Nunca hubo un incendio, jamás se quemó, tan siquiera, una sola de las habitaciones de aquellos inmensos dos pisos.
El aquiler era barato hasta para él; un solterón bohemio, enamorado de su piano. De concierto en concierto, se afincó en La Palma en busca de tranquilidad… Pero había algo en el aire… y aquel olor… sus sueños empezaron a volverse desapacibles, sus ojeras cada vez más violetas. Decía perseguir unos pasos por su casa que siempre le llevaban a la cocina. Su obsesión creció hasta tal punto que intentó investigar por su cuenta. Nada halló.
Adoraba las tormentas, le recordaban a su infancia; era cuando mejor descansaba. Aquella noche el cielo se cebó con la pequeña isla y Javier se dispuso a pasar una velada perfecta sin más compañía que su piano. Inmerso en su rutina, grabó su ensayo para escucharlo luego. Pero de entre las melodiosas notas  se escapaba un lamento indescriptible, un sollozo agudo y estremecedor, un llorar continuo que logró aterrorizar tanto a Javier que decidió dormir lo antes posible. Por su cabeza comenzaron a pasar las más oscuras y terribles historias, demasiadas películas de miedo, se decía a sí mismo… pero nada de aquello lo consolaba. Rendido por fin, durmió. No hubo sueños; como si de un fundido en negro se tratase pasó la noche con el olor en la nariz y el miedo en los huesos. Despertó llorando súbitamente, con un calor intenso recorriendole las entrañas, sintiendose parte de algo que no entendía… se estaba abrasando vivo en pleno diciembre. Asustado como un chiquillo, se vistió y salió de aquella casa, a la que culpaba de todo lo que le venía sucediendo.
No creía en fantasmas, ni en criaturas demoniacas, pero estaba claro que algo estaba pasando y poco a poco iba a acabar con él. Se armó de valor y volvió a sentarse en su taburete, tocó de nuevo la misma obra por la que se escaparon aquellos lamentos, pero esta vez el lloro se transformó en palabras y no tuvo que volver a escuchar la cinta para sentir la voz de un pequeño y asustado niño que pedía auxilio, “me quemo”… Paró en seco su ensayo y sin aliento persiguió una vez más los pasos, de nuevo hasta la cocina. Y allí,  de pié, frente al horno de leña antiguo que adornaba la estancia, un niño casi sin piel, lloroso y desconcertado no dejaba de mirar al vacío. La visión se disipó en pocos segundos, pero lo dejó tan desconcertado que tardó más de media hora en volver a moverse. Caminó hacia el piano y tocó otra vez la misma canción. El niño desde su agonía pronunció unas palabras que Javier prefirió no oir nunca... “no lo hagas mamá, no lo hagas”.

2 comentarios:

  1. Jodo... historias de terror tambien!
    Madre mia!
    Que miedito!

    YUYUUUUUUUUUUUUU!!!!
    =)

    Bien contada!

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